¿Raro, yo?

Mi tele me ha informado de que la señal digital que antes recibía con normalidad ha expirado. Vamos, que, por el expeditivo método de la pantalla en negro, he sabido que la TDT, que tan moderna nos pareció hace… (ay, cuánto), ha sido reemplazada no sé cuándo por otras siglas muchísimo más modernas.

La noticia es mala y buena a la vez. Mala por sus consecuencias económicas, pues más pronto que tarde –supongo que en uno de esos amazónicos blackfraideis– deberé rebuscar entre las ofertas hasta dar con el sustituto buenobonitobarato de nombre probablemente coreano y apellidos 4K, UltraHD, SmartTV. Pero es la buena noticia la que prefiero contarte.

Pues que hayan transcurrido meses desde la desconexión de mi televisor sin yo enterarme me llena de satisfacción, ya que demuestra mi independencia de sus emisiones, llámense estas partidos, tertulias, late shows, telediarios, play-offs o reportajes de La 2. La única y dignísima función que tenía encomendada el omnipresente electrodoméstico era mostrar las películas que mi ordenador le servía desde los consabidos netflixes, hachebeoses y resto de eso dado en llamar ‘plataformas de streaming’ (¡menudo sintagma!).

Digo que me satisface mi auto-infligido ostracismo catódico igual que en mi adolescencia me enorgullecía por vivir apartado de la moda que tenían mis compañeros de colegio de regatear con sus padres los aprobados (más bien, los notables) a cambio de una Puch Cobra, la quintaesencia motera del momento. Apartado, digo bien. Yo prefería apartarme para ensillar un caballo y echar la mañana en el campo, que no era yo de los de clases en el club hípico, sino de recorrer la dehesa sobre un jaco sin pedigrí ni ayudas de cámara.

Debo agradecer el desinterés por los asuntos televisivos a mis padres, quienes demoraron más de una década de mi vida la entrada del artefacto en casa, ganando de resultas mucho tiempo del disponible al ocio para el terreno de la lectura o la conversación o las excursiones campestres. No obstante, mi instinto, o quizás fuese el natural contestatario que todo niño debe tener, el caso es que intenté eludir el férreo apagón paterno: en casas de amigos o en la de mis abuelos buscaba consumir con avidez la droga televisiva que en la mía se me negaba.

Pero las consecuencias serían inevitables. Volver cada lunes al colegio me confirmaba lo “raruno” de mi carácter, pues, mientras que mis amigos podían parlotear acerca de los tanteos y jugadas de sus equipos favoritos, yo sentía que no tenía gran cosa que aportar. Por no tener ni siquiera tenía un equipo favorito. Visto ahora, qué alivio para mí, que no dependo de los derbys, los “clásicos” ni las champions, que ni siquiera me aceleran la sangre esos locutores chillones que se desgañitan mientras unos niñatos maleducados pero millonarios enhebran patadones en la penúltima recreación del panem et circenses.

Si añado a mi condición no-futbolera mi nula dependencia de los telediarios, no nos engañemos, otra forma de excitar hooligans solo que estos en la arena política, entonces comprenderás que el apagón del TDT no me altere en absoluto. No sé cuántas pulgadas mide mi tele, pero sí cuántas películas veo en ella; ignoro quién presenta el telediario de tal o cuál cadena, pues “picoteo” las crónicas y opiniones en media docena de periódicos cada día; ni idea de quién lidera La Liga, que estoy muy ocupado en terminar estos días una novela y un poemario.

Soy un raro, ¿verdad? ¡Pues a mucha honra!

Gracias por darme tiempo.

Publicado por fpadillach

Mérida, 1963. Desde mi infancia soñé ser escritor, pero pospuse el impulso en favor de proyectos más ‘razonables’. Licenciado en Derecho por la Complutense y con estudios de postgrado en Esade y la Universidad de California, hasta 2018 he trabajado en empresas multinacionales. Ahora escribo. "Tres Sures sin Norte" (2020) fue mi primera novela. “Diva Æterna” (2023) la segunda, pero no la última. También escribo relatos cortos, como “La prestamista de embustes”, ganador del XXXIV Certamen Literario “Joaquín Lobato” del Ayuntamiento de Vélez-Málaga, “Maneki-neko”, finalista del V Premio Internacional Ciudad de Sevilla, o "Josune no camina sola", microrrelato finalista del II Concurso “100 caminos 100 relatos” del Circulo Chileno de Amigos del Camino del de Santiago de Compostela. Padre de dos hijas, extremeño apasionado, viajero curioso, siempre estoy dispuesto a dejarme sorprender.

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