Cómo son las palabras, me admiro. Un mismo término puede ser temible, inane o adorable sin cambiarle siquiera su pronunciación. Verbos como tomar, manejar o parar significan distinto según la orilla del Atlántico en que se pronuncien. Creo que ya protesté hace tiempo a cuenta del término sostenible, pues, a fuerza de repetirlo, su sentido se ha vaciado hasta convertirse en un adorno, en algo tan inútil que ya no sabemos qué significa aunque intuyamos que es algo bueno.
No creas que este fenómeno sea exclusivo de nuestro idioma. Ni mucho menos, que en este mundo global en el que los trueques de palabras están a la orden del día, sin saber cómo, nos topamos con que churro, siesta o tapa forman parte del vocabulario californiano o pequinés de-toda-la-vida.
Claro que también se dan préstamos en la dirección contraria, sobre todo del idioma inglés para acá, aunque la naturaleza de las palabras cambie ligeramente; lo que no deja de ser revelador, pues mientras que nosotros cedemos a los anglosajones términos más bien “ociosos”, del otro lado, especialmente del yanqui, nos remiten su nomenclatura más tecnológica. Sirva de ejemplo la palabra cookie con que he titulado esta entrada.
![](https://franciscopadillachacon.wordpress.com/wp-content/uploads/2024/01/img_1919.jpg?w=180)
Según el Oxford Dictionary, en su primera acepción, cookie significa “galleta” y, en la segunda, “astuto y tenaz”, que podría compilarse como “espabilado”; lo que me lleva a relacionar el término inglés con el español cuco, que, además de ser un ave cuya característica principal es que pone sus huevos en los nidos de otras aves (¡menudo pájaro!), precisamente por esto, significa también “taimado y astuto”. ¿Será una casualidad etimológica?
La tercera y definitiva acepción inglesa de cookie se refiere a los omnipresentes ficheros informáticos que rechazamos cada vez que navegamos por Internet. Inocentes, al menos en el nombre y la aparente invisibilidad, los responsables de su invención y de su proliferación se han hecho multimillonarios, ya que su “sembrado” en todos los dispositivos informáticos de la tierra les permiten instalarse en estos y observar nuestro comportamiento, ya sean los clics que pulsamos, las pantallas por las que pasamos más deprisa o aquellas en las que nos detenemos. Gracias a dicha información, averiguan de nosotros más que nosotros mismos, lo que les permite colarnos anuncios o, si se trata de ciberdelincuentes, intentos de fraude.
Yo prefiero quedarme con el primer significado: galleta. Especialmente con una de sus variantes: la Fortune cookie (galleta de la suerte) del Jardín de té japonés del Parque Golden Gate de San Francisco. Era Nochebuena y la abrí esperando leer una de esas predicciones sobradas de ambigüedad, pues valen igual para niños y para adultos, para hombres y mujeres, para japoneses y españoles, en fin, igual para un roto que para un descosido. Pero hube de rendirme a la pasmosa evidencia: se cumpla o no su vaticinio, esa cookie sólo podía ser para mí.
Gracias por darme tiempo.
![](https://franciscopadillachacon.wordpress.com/wp-content/uploads/2024/01/img_0686-2-1.jpg?w=1024)