La utilidad de lo inútil

Mi amiga “T” me quiere mucho. Fruto de su insobornable cariño me recomienda que escriba para públicos más amplios, que en mis textos emplee términos más llanos, que evite a mis potenciales lectores esas visitas al diccionario que arriesgan ponerles en fuga. Yo también quiero mucho a “T”. Escucho sus recomendaciones, pero esta en concreto no la sigo, porque –le respondo– «yo escribo para mí». Si me das tiempo, me explico.


Desgraciadamente, ha hecho falta que falleciera en junio pasado Nuccio Ordine (1958-2023) para decidirme, por fin, a leer La utilidad de lo inútil, el manifiesto publicado en 2013, en donde el ensayista italiano despliega su tesis como un palimpsesto, armando con retales de textos pretéritos un cuerpo que resulta canónico, diría que ideal, quizás inalcanzable, pero no por ello imposible. (El libro es breve y de lectura ágil. Te lo recomiendo. Pero si no te animas, adjunto enlace al artículo que Laura Luque, profesora de la Universidad de Jaén, publicó con motivo de la muerte del autor).

Como una espoleta, el título desencadena un aluvión de reflexiones que no han perdido actualidad, pese a que nos las venimos formulando desde que tenemos constancia escrita. El debate que propone estriba en si nos conviene “invertir” (tómese el término con amplitud) nuestro tiempo, intelecto, incluso nuestro dinero, en actividades de las que cabe esperar beneficios medibles o, por el contrario, es mejor “despilfarrar” en otras desentendidas de una utilidad concreta.

Por ilustrar la cuestión, ahí van algunas preguntas: ¿Debemos fomentar en nuestros hijos el estudio de, por ejemplo, las matemáticas con el fin utilitarista de que un día acaben ganándose la vida como ingenieros o, por el contrario, con la intención de que adquieran esos conocimientos aunque sea sin una aplicación predefinida? ¿Tienen las universidades que marcarse como objetivo primordial el de “producir” profesionales para alimentar la vorágine del mercado laboral o, por contra, el de ser los remansos donde recrearse en los pensamientos, sean estos científicos, humanísticos o políticos? Y, volviendo a mi amiga “T”, ¿debe el poeta escribir con la vista puesta en la viabilidad comercial de su obra o hacerlo a corazón abierto, esforzándose sólo en hallar la belleza de una expresión, de un personaje, de una historia?

Me dirás que, planteadas así las preguntas, será fácil predecir la respuesta a la que (¿interesadamente?) nos induce Ordine. De acuerdo: él nos trata de convencer de que necesitamos de aquello cuyo beneficio no se someta al imperativo economicista de lo mensurable. Por ejemplo: necesitamos laboratorios farmacéuticos con dotaciones para curar las “ruinosas” enfermedades raras; necesitamos que se otorguen premios a la calidad literaria sin considerar las potenciales ventas; necesitamos influencers que crean en sí mismos sin atender a la dictadura de los likes. Necesitamos, en fin, el afán de saber y no el ansia de tener.

Y añado: Necesitamos que los telediarios dediquen a la cultura, a la ciencia, al conocimiento más tiempo que a la diatriba política y futbolera. Necesitamos que, mejor que economistas, abogados y periodistas, nos gobiernen sabios; que premien a los sabios y no a los sabihondos cazadores de subvenciones. Necesitamos también que prosperen las empresas sinceras y no aquellas que se presentan con discursos buenrrollistas acerca del amor por sus clientes o por el medio ambiente mientras despliegan sottovoce su antropofagia competitiva. Necesitamos quijotes, iluminados, gentes que entreguen su vida al conocimiento para mejorarse, para mejorarnos sin hacer cuentas de lo que reciban a cambio.

El conocimiento es una riqueza que se puede transmitir sin empobrecerse.

Frase hallada en una biblioteca de un oasis del Sáhara.

Entre los hallazgos que el ensayo de Ordine regala se cuenta una referencia a El libro del té, la obra del filósofo japonés Okakura Kakuzō (1863-1913), publicada originalmente en inglés en 1906. Okakura empleó gran parte de su vida en dar a conocer en Occidente la civilización asiática, particularmente la india y la japonesa. Para esta última en concreto acuñó el término teísmo, no en contraposición a ateísmo, sino en relación con el ritual del té, en su opinión, quintaesencia de la cultura y arte nipones, en definitiva, de su vida sencilla. El hallazgo al que me refería es una aseveración que me ha parecido hermosa: «El momento en que un hombre recogió una flor para entregársela a su amada fue el preciso instante en que nuestra especie se separó del resto de los animales». Repasa este párrafo y dime que la de Okukara no podría cualificar como una vida rotundamente inútil, ¿no crees?


Termino echando mano de una analogía que espero que termine de convencer a mi amiga “T”. Esta vez se refiere a los últimos minutos de la vida de Sócrates (470-399 a.C.), otro inútil si tenemos en cuenta que el filósofo ateniense jamás escribió un libro y que todo su pensamiento nos ha llegado por medio de sus alumnos. Cuentan que Sócrates, que fue condenado a morir envenenado, mientras aguardaba a que le preparasen la cicuta estaba ensayando una música nueva con la flauta. Uno de los amigos que le acompañaban le preguntó para qué se empeñaba en perfeccionar aquella melodía estando en semejante trance, a lo que el sabio respondió: «Para aprender».

Gracias por darme tiempo.

Publicado por fpadillach

Mérida, 1963. Desde mi infancia soñé ser escritor, pero pospuse el impulso en favor de proyectos más ‘razonables’. Licenciado en Derecho por la Complutense y con estudios de postgrado en Esade y la Universidad de California, hasta 2018 he trabajado en empresas multinacionales. Ahora escribo. "Tres Sures sin Norte" (2020) fue mi primera novela. “Diva Æterna” (2023) la segunda, pero no la última. También escribo relatos cortos, como “La prestamista de embustes”, ganador del XXXIV Certamen Literario “Joaquín Lobato” del Ayuntamiento de Vélez-Málaga, “Maneki-neko”, finalista del V Premio Internacional Ciudad de Sevilla, o "Josune no camina sola", microrrelato finalista del II Concurso “100 caminos 100 relatos” del Circulo Chileno de Amigos del Camino del de Santiago de Compostela. Padre de dos hijas, extremeño apasionado, viajero curioso, siempre estoy dispuesto a dejarme sorprender.

4 comentarios sobre “La utilidad de lo inútil

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