Por gunfias y noemas

Dado lo inusual que resulta en mí recordar lo que sueño, me siento obligado a declarar que hace unos días soñé algo verdaderamente memorable, lo reconozco: estábamos mi amiga “A” y yo en casa de… (te advierto que ni entonces ni ahora había bebido nada) …sí, estábamos en casa de Jeff Bezos, el mandamás de Amazon. Aclararé que lo que le daba verosimilitud a todo era la presencia de “A”, quien, entre otras virtudes, posee la de ser el perejil de todas las salsas. ¿Cómo no iba a conocer ella a Jeff?

Del sueño he retenido dos recuerdos: el del ambiente distendido, casi hogareño, de la reunión que se celebraba en la casa que el magnate tiene en Medina, justo enfrente de Seattle, y una frase que él me dijo, casi como en confesión, pues para alguien que se dedica al negocio de la Inteligencia Artificial afirmar que «lo que la AI nunca podrá tener es sentido del humor» equivale a autoinculparse por la comisión de un crimen.

Al despertarme, con el recuerdo del sueño aún vivo, no tardé ni cinco minutos en pedirle a ChatGPT que inventase para mí un chiste de extremeños. Como podrás apreciar en el recuadro adjunto, la confesión de Jeff fue pavorosamente cierta, poco importa que la realizara en mi sueño; pues la respuesta que me dio el ingenioso chat induce a risa, aunque no por la gracia que tiene, desde luego, sino por lo patético de su humor.

Ya sabes que mi relación con la AI es bipolar, porque aunque estoy disuadido de su potencial transformador y de que en un futuro muy cercano ocupará muchos espacios genuinamente humanos, como hiciera el vapor al reemplazar hace casi dos siglos a bueyes y mulas hasta convertirlos en reliquias; como digo, aunque creo en el porvenir de la AI, igualmente creo que tiene muros infranqueables. Si hacemos caso de lo que Jeff dijo en mi sueño, el sentido del humor es uno de ellos. Y si lees el artículo La inteligencia artificial puede ejecutar un texto, pero no ser artesana de la escritura, de Antonio Fernández Vicente, profesor de Teoría de la Comunicación en la Universidad de Castilla-La Mancha, concluirás que la Literatura, con mayúscula, es otro.


Me reafirmo en lo dicho y si cabe con más fuerza después de terminar de leer Rayuela (1963), la novela del argentino Julio Cortázar (1914-1984), un prodigio que empequeñece, peor aún, ¡que ridiculiza!, cualquier texto que yo haya escrito o escriba jamás. Entre otras razones, el título obedece al orden del relato, que, como en el juego infantil, puede modificarse a conveniencia del lector, de modo tal que éste puede seguir la secuencia llámese normal, primero el capítulo 1, después el 2, el 3 y así sucesivamente hasta el 155; o bien la secuencia tradicional sugerida por el autor, del capítulo 1 al 56, prescindiendo de los restantes noventa y nueve; o bien la indicada por el autor en el tablero de dirección al inicio, que comienza por el capítulo 73 (esta fue mi elección); o bien el orden que el lector quiera. Lo asombroso es que en cada alternativa se produce el milagroso ensamblaje de la historia de Horacio Oliveira y la Maga, de Etienne, de Morelli, de Traveler y Talita, del portentoso elenco de personajes desplegado por Cortázar, hasta conformar el retablo plantado por él en París y Buenos Aires.

Pudiera ser que una máquina dotada de un corazón cuántico y algoritmos inteligentísimos creara una historia cuyo devenir fuera tan desordenadamente dispuesto como milimétricamente encajado, cuyos personajes y las relaciones entre sí estuvieran perfectamente delineados, incluso, que escribiera en gíglico, el idioma imposible creado por Cortázar que aplicó en el capítulo 68 de la novela y con el que yo he titulado esta entrada. Pudiera ser, pero –esta es mi creencia– no sin haberse leído antes Rayuela. Que me perdonen los fanáticos de la AI, pero semejante inteligencia no existe fuera de un cerebro humano.

Fragmento en idioma gíglico, perteneciente al capítulo 68 de Rayuela.

Del mismo modo, podríamos pedirle a OpenAI, a Google o al mentado Jeff Bezos que reescribieran para la escena la shakespeariana tragedia de Macbeth, que compusieran la historia de su ambición sangrienta y la de sus irreparables consecuencias, pero serían incapaces de concebir Sleep no more, la obra del circuito off-Broadway en la que el público vive una experiencia inmersiva por los siniestros corredores de un hotel de los años 50 y, milagrosamente, salen habiendo visto la misma obra aunque sus recorridos hayan sido absolutamente dispares. No. Definitivamente, hay reductos inasequibles a la inteligencia no humana.

Gracias por darme tiempo.

Publicado por fpadillach

Mérida, 1963. Desde mi infancia soñé ser escritor, pero pospuse el impulso en favor de proyectos más ‘razonables’. Licenciado en Derecho por la Complutense y con estudios de postgrado en Esade y la Universidad de California, hasta 2018 he trabajado en empresas multinacionales. Ahora escribo. "Tres Sures sin Norte" (2020) fue mi primera novela. “Diva Æterna” (2023) la segunda, pero no la última. También escribo relatos cortos, como “La prestamista de embustes”, ganador del XXXIV Certamen Literario “Joaquín Lobato” del Ayuntamiento de Vélez-Málaga, “Maneki-neko”, finalista del V Premio Internacional Ciudad de Sevilla, o "Josune no camina sola", microrrelato finalista del II Concurso “100 caminos 100 relatos” del Circulo Chileno de Amigos del Camino del de Santiago de Compostela. Padre de dos hijas, extremeño apasionado, viajero curioso, siempre estoy dispuesto a dejarme sorprender.

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