No es elitista. Es ópera.

Mañana iré a la ópera. Dicha así, esta frase resultará indiferente para algunos, pero estoy seguro de que habrá muchos que me adornarán con un variado elenco de etiquetas: culto, pedante, melómano, esnob, sibarita, anticuado, minoritario, engreído, diletante, rico… elitista. Es lo que tiene la ópera, que está irremediablemente asociada a lo elitista.

Poco importa que en ella se aborden temas tan “plebeyos” como el amor, la venganza, la amistad o los celos; o que muchos de sus coros y arias formen parte de nuestra cultura popular aun sin saber que provienen de óperas: sirvan de muestra el coro de esclavos de Nabucco o la marcha nupcial de Lohengrin, por citar dos ejemplos universalmente conocidos. Poco importa también que una entrada cueste prácticamente lo mismo que la de un concierto de rock; o que los mismos que, para no asistir a una representación aleguen no entender el italiano o el alemán, pero traduzcan con un la-la-lá las letras del último éxito de Coldplay. Poco importa todo lo anterior, porque la ópera tiene el sambenito de elitista.

Sin embargo, la ópera no nació elitista. Desde su invención a fines del siglo XVI, sus representaciones han entretenido a la nobleza y al populacho. Su influencia ha suscitado tanto anhelos revolucionarios como afanes censores. Pocas cosas hay más generalizadas entre nosotros que el ansia de conocer historias; y si las envolvemos con música, su atractivo es inevitable. Pensándolo bien, la ópera reúne los mismos ingredientes de los musicales que cada día “consumen” millones de personas, nada elitistas por cierto, en el neoyorquino Broadway, en el londinense West End o en la madrileña Gran Vía.


Richard Wagner denominó la ópera Gesamtkunstwerk, la “obra de arte total”, pues en ella se daban cita las artes musicales, poéticas, visuales y escénicas, resultando una obra diferenciada de las artes de las que provenía. Siempre he creído que el compositor alemán, fallecido doce años antes de que los hermanos Lumière proyectaran la Salida de los obreros de una fábrica de Lyon (1895), fue, a falta de la tecnología que lo permitiese, un precursor del Séptimo Arte.

Lo que catapultó el cine al consumo de masas y sepultó la ópera en el rincón de las élites fueron las economías de escala. Los costes de producir una película –entre otros, de actores, maquinaria y decorados– eran similares a los de una ópera. Pero, mientras que ésta debía multiplicar dichos costes por el número de veces que se alzaba el telón, una película sólo se producía una vez y bastaba con hacer copias de sus bobinas para poderla ver en el confín del mundo. Y ello sin considerar las políticas de subvenciones, que, por pura lógica estadística, han sido más generosas con el cine que con el género lírico.

De modo que, volviendo a mi declaración inicial («Mañana iré a la ópera»), quiero con ella abogar por la ópera como espectáculo de masas. Quiero también aplaudir iniciativas tan valientes como el estreno mañana en la plaza de Villanueva de la Vera (Cáceres) de L’elisir d’amore, la deliciosa ópera bufa que Gaetano Donizetti emplazó en un caserío al que Villanueva bien podría parecerse. Por último, deseo de corazón que el proyecto, promovido por el espacio artístico Ras de Terra y realizado gracias al esfuerzo de muchos de mis vecinos veratos, arraigue y dé el fruto de extender el interés por la ópera. De restarle reputación de elitista, vamos.

Gracias por darme tiempo.

Una furtiva lagrima, aria de L’elisir d’amore que el tenor mexicano Javier Camarena bisó en el Teatro Real en 2019.

Publicado por fpadillach

Mérida, 1963. Desde mi infancia soñé ser escritor, pero pospuse el impulso en favor de proyectos más ‘razonables’. Licenciado en Derecho por la Complutense y con estudios de postgrado en Esade y la Universidad de California, hasta 2018 he trabajado en empresas multinacionales. Ahora escribo. "Tres Sures sin Norte" (2020) fue mi primera novela. “Diva Æterna” (2023) la segunda, pero no la última. También escribo relatos cortos, como “La prestamista de embustes”, ganador del XXXIV Certamen Literario “Joaquín Lobato” del Ayuntamiento de Vélez-Málaga, “Maneki-neko”, finalista del V Premio Internacional Ciudad de Sevilla, o "Josune no camina sola", microrrelato finalista del II Concurso “100 caminos 100 relatos” del Circulo Chileno de Amigos del Camino del de Santiago de Compostela. Padre de dos hijas, extremeño apasionado, viajero curioso, siempre estoy dispuesto a dejarme sorprender.

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