Ver, visibilizar, visualizar

Hubo un tiempo en que fui responsable de comunicación de una empresa multinacional, lo que, traducido, significa que mi cometido era trasladar a los medios de comunicación los asuntos de los que mi organización se vanagloriaba, así como ocultar las vergüenzas que pudieran trascender y, si esto ocurría, disfrazarlas en la medida de lo posible.

Salvo excepciones, las herramientas eran las habituales: el goteo regular de notas de prensa para mantenernos en el candelero y, ocasionalmente, con motivo de algún hito, las comparecencias en forma de rueda de prensa o entrevista con uno de nuestros mandamases, bien españoles o, mucho más atractivo, de nuestra central neoyorquina. En estos últimos casos, la preparación del portavoz era clave.

Aunque parezcan desenvolverse con naturalidad, los que se dedican a la portavocía están sometidos a tensiones extraordinarias, pues desempeñan una labor de alto riesgo. En primer lugar, porque a los periodistas no les gusta publicar ‘buenas noticias’; a los buenos, a los que llaman ‘de raza’ lo que les chifla, precisamente, es dar con aquello que se les pretende escamotear. En segundo lugar, el riesgo es elevado porque una palabra mal ubicada o ambigua puede desencadenar un titular indeseado y, ya se sabe que, una vez publicado, deshacer el daño es una tarea titánica y por eso –añado– muy costosa. Por último, y aunque parezca banal, hablar a cámara o ante un micrófono es una experiencia estresante, que hacerla bien requiere práctica.

Para esta preparación tan específica existen los cursos de portavoces, los que no dejan de ser unos simulacros de encuentros con medios perpetrados por periodistas (los profesores) que despliegan los trucos para sonsacar noticias perjudiciales a los alumnos. El curso transcurre como un juego del gato y el ratón, en el que, cuando el alumno es cazado, se corrige y se vuelve a intentar, así hasta que automatiza la tarea.


Entre los aprendizajes que yo he adquirido realizando estos cursos, siempre como alumno, algunos son estéticos meramente: el lenguaje corporal, los movimientos de las manos, la mirada o los colores de la vestimenta que se deben emplear (los que no, también). Otros, ya de índole estratégica, versan sobre la elaboración del mensaje, al que se añade el modo de argumentarlo cuando se entabla un diálogo con el reportero. Y, por último, está el capítulo de los trucos; dicho de otro modo, las tácticas guerrilleras para impedir que el periodista logre pillarte.

Para este apartado, lo que te enseñan es que el factor decisivo, el que inclina la balanza a favor del reportero o del portavoz, es el tiempo. Quien maneja los ritmos tiene (casi) todos los ases en su manga. Siendo esta una verdad de libro, es decir, en el plano teórico, su puesta en práctica exige maestría, unos nervios anti-sísmicos sobre todo. Modular las prisas del oponente sin caer en ellas, sin perder el control del mensaje que se quiere dar y sin evidenciar que estás jugueteando con él, es tarea que roza el arte. Lo mismo que, del otro lado, tratar de sortear las tácticas dilatorias del portavoz.

Como lo dicho no es, ni mucho menos, la fórmula secreta de la Coca-Cola, vamos, que es algo que cualquier profesional de la comunicación conoce, no hay agencia o chiringuito mediático que deje de recomendar en sus cursos de portavoces el truco de alargar las respuestas cuando lo que se quiera sea evitar la siguiente pregunta. Llevado a la práctica, seguro que recordarás a más de un político entrevistado, que se recrea en circunloquios mientras el entrevistador desespera tratando de meter baza. Hasta aquí, ninguna queja.

Lo que, como amante de la palabra, me repele es que, para conseguir ese fin, el de alargar frases para placar al preguntón, se torture al diccionario y que términos perfectamente útiles, pero, ¡ay!, demasiado cortos, sean reemplazados por otros que suenan parecido, significan otra cosa y, eso sí, necesitan más tiempo para ser pronunciados.


Ejemplos hay muchos, pero últimamente siento que el verbo ver está sufriendo un ataque masivo, encarnizado y, seguramente, muy merecido, pues que tan solo tres letras contengan tal riqueza de significados es una ofensa (y un reto) para cualquier portavoz que se precie. Veamos (del verbo ver, por cierto):

Diccionario de la Real Academia Española

Los sustitutos a los que suele beneficiar el ataque al verbo ver son visibilizar y visualizar, que, lo reconocerás conmigo, son poderosos. Ante todo, porque comparten raíces con el verbo atacado y porque transferirle significados resulta más natural que si, por ejemplo, se emplease como referencia el verbo mirar.

Diccionario de la Real Academia Española

El daño –yo acuso– consiste en que se desnaturaliza el propósito de los verbos sustitutos, porque su verdadero significado, que se aproximaba a los verbos mostrar o evidenciar, se subsume en el de ver y acaba olvidándose para qué servía. Algo parecido, aunque sin razones mediáticas en medio, ocurre con los verbos oír y escuchar, que, a fuerza de cruzarse sus significados, ya no me altero al oír a alguien decir a su interlocutor telefónico “¡Que no te escucho!” cuando, en realidad, se ha quedado sin cobertura.

Quizás por esto me reconcilio con el género humano y, por extensión, con el na’avi, cuando Neytiri escucha a la versión azuleada de Jake Sully decirle “Te veo”, empleando con absoluta corrección la segunda acepción del verbo ver. ¿Imaginas que hubiera dicho “Te visibilizo”? Seguro que la segunda parte de Avatar, al menos para mí, no hubiera tenido una oportunidad.

Gracias por darme tiempo.

Publicado por fpadillach

Mérida, 1963. Desde mi infancia soñé ser escritor, pero pospuse el impulso en favor de proyectos más ‘razonables’. Licenciado en Derecho por la Complutense y con estudios de postgrado en Esade y la Universidad de California, hasta 2018 he trabajado en empresas multinacionales. Ahora escribo. "Tres Sures sin Norte" (2020) fue mi primera novela. “Diva Æterna” (2023) la segunda, pero no la última. También escribo relatos cortos, como “La prestamista de embustes”, ganador del XXXIV Certamen Literario “Joaquín Lobato” del Ayuntamiento de Vélez-Málaga, “Maneki-neko”, finalista del V Premio Internacional Ciudad de Sevilla, o "Josune no camina sola", microrrelato finalista del II Concurso “100 caminos 100 relatos” del Circulo Chileno de Amigos del Camino del de Santiago de Compostela. Padre de dos hijas, extremeño apasionado, viajero curioso, siempre estoy dispuesto a dejarme sorprender.

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