Do you speak… ¡¿Qué?!

Según el último Eurobarómetro (2012) un 46% de los europeos dice que no puede mantener una conversación en una lengua distinta a la suya. En el caso de los españoles esta cifra asciende al 56%. Quiero creer que más de diez años después de aquel estudio las cosas habrán mejorado, aunque, sea cual sea la nueva cifra, seguro que será insuficiente.

Al ser preguntados porqué no podemos conversar en otro idioma que el propio, los europeos declaramos mayoritariamente que por falta de motivación. ¿Para qué?, venimos a argumentar. Y yo lo entiendo. Porque hablar otra lengua es todo un acto de Fe, pues, sin más promesas que la teórica ventaja a la hora de encontrar trabajo, aprender otro idioma requiere de un esfuerzo extraordinario, no sólo para incorporar una nueva gramática y vocabulario, también el ahormar el oído y la pronunciación a otras reglas; y, no menos importante, el vencer el temor al ridículo (posiblemente, el defecto más hispano que, creo yo, explica los diez puntos de diferencia con el promedio europeo).

No ayuda mucho el entorno. Salvo notables excepciones, nuestros líderes son analfabetos en lenguas extranjeras, empeorando, me temo, el 56% citado más arriba. Me pregunto cuántos eurodiputados serán capaces de hablar de los asuntos que nos importan con sus colegas de otras naciones sin necesidad de intérpretes. Súmese a ello la centrífuga obsesión nacionalista de inventar fronteras por la vía de aferrarse a una lengua regional. Nada hay más babélico que un “parlamento” donde nadie puede parlamentar (2. intr. Entablar conversaciones con la parte contraria para intentar ajustar la paz, una rendición, un contrato o para zanjar cualquier diferencia. DRAE).

Tampoco ayudan mucho los medios de comunicación y la industria del entretenimiento, particularmente, la del cine. El número de salas donde se proyectan versiones originales con subtítulos es ridículo (la demanda también, todo sea dicho). Nada tengo contra el gremio de los dobladores, pero pienso que ayudaría mucho a expandir nuestras capacidades si éstos eclipsaran sus voces y recuperásemos las originales de Humphrey Bogart e Ingrid Bergman, por ejemplo.

Con todo, el más grave de los obstáculos es el del sistema educativo. Hace falta ser muy optimista, por no decir iluso, para confiar la formación de lengua extranjera al profesorado disponible, precisamente, porque este es el resultante de cuanto he descrito antes. ¿Cuántos de ellos son nativos? ¿Cuántos se han formado en el extranjero? ¿Cuántos son capaces de mantener una conversación fluida en el idioma que enseñan? Por no hablar del Programa Erasmus. Sin negarle su valor, hace falta mucho ahínco para que cuatro o, a lo sumo, ocho meses en el extranjero rindan su fruto justo. La mayoría de los alumnos regresan sin saber defenderse en el idioma del país de acogida, entre otras razones, porque su estadía ha transcurrido sin haber convivido con otros que no sean de su nacionalidad.

Y por si fueran pocas las razones anteriores, ahora llega la Inteligencia Artificial, dispuesta a trabajar para nosotros en la lengua que queramos, evitándonos así todos los engorros citados. «¿Para qué –volveremos a preguntar– necesitamos aprender otra lengua?».


Hablar otro idioma es la llave de un tesoro. Mucho más que poderle indicar a un taxista en Manhattan una dirección o que regatear por una camiseta en el mercadillo de Spitalfields. Hablar otra lengua abre la mente, ¡la tuya!, a otras gentes que, lo creas o no, se parecen a ti; gentes que, como tú, comparten nociones que son universales: hogar, amistad, bienestar. Y cuando esto ocurre, cuando el idioma deja de ser barrera, entonces comprender en el sentido más amplio deviene natural; el tesoro se extiende ante ti: costumbres, cultura, sentimientos. No hace falta ser bilingüe para que se produzca el milagro del mutuo enriquecimiento, tan sólo el más humilde de los afanes: el de aprender.

Gozamos del privilegio de haber nacido con el español “de serie”, un idioma global que permite, sin esfuerzo apenas, entendernos con peruanos, mexicanos y con muchos otros que lo practican como segunda lengua. Siendo tan distintos entre nosotros, el español nos acerca como ningún otro medio sería capaz. En definitiva, mediante él expresamos nuestras emociones. ¿Te imaginas cuánto más podrías recibir hablando otro idioma?

Hace casi tres décadas que visité Oxford por primera vez. Deambulaba por los colleges sin las prisas que padecen hoy en día los coleccionistas de selfies. Entré en una pequeña capilla adosada a la también pequeña Catedral de Oxford, que a su vez forma parte del imponente Christ Church College. Era un lugar oscuro, diría que tenebroso. Salvo un anciano semioculto en la penumbra del fondo, no había nadie más. No había mucho que ver, así que, al darme la vuelta para ir a la salida, descubrí que el anciano estaba a mi lado interceptando mi huida. Entonces advertí que vestía un atuendo religioso. «¿Se ha dado cuenta?», me preguntó con voz pícara al tiempo que me invitaba a mirar una vidriera levemente iluminada. Él ya sabía mi respuesta. «La Virgen María –me aclaró–. ¡Fíjese! ¿No le recuerda a alguien?». También había descontado mi ignorancia, pues prosiguió sin pausa: «Verá. En este college estudió y más tarde dio clases Charles Dodgson, más conocido como Lewis Carroll, el autor de Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas, cuyas ilustraciones encargó a John Tenniel. Pues estas vidrieras fueron realizadas por el mismo Tenniel. –La pausa que precedió a la pregunta rebosaba satisfacción– ¿No cree que la cara de la Virgen es la misma de Alicia?». Cuando afirmaba antes que hablar otro idioma es la llave de un tesoro, me refería a esto.

Gracias por darme tiempo.

Publicado por fpadillach

Mérida, 1963. Desde mi infancia soñé ser escritor, pero pospuse el impulso en favor de proyectos más ‘razonables’. Licenciado en Derecho por la Complutense y con estudios de postgrado en Esade y la Universidad de California, hasta 2018 he trabajado en empresas multinacionales. Ahora escribo. "Tres Sures sin Norte" (2020) fue mi primera novela. “Diva Æterna” (2023) la segunda, pero no la última. También escribo relatos cortos, como “La prestamista de embustes”, ganador del XXXIV Certamen Literario “Joaquín Lobato” del Ayuntamiento de Vélez-Málaga, “Maneki-neko”, finalista del V Premio Internacional Ciudad de Sevilla, o "Josune no camina sola", microrrelato finalista del II Concurso “100 caminos 100 relatos” del Circulo Chileno de Amigos del Camino del de Santiago de Compostela. Padre de dos hijas, extremeño apasionado, viajero curioso, siempre estoy dispuesto a dejarme sorprender.

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