¿Me poliquieres?

No sé a ti, pero, siendo niño, a mí la pregunta me parecía perversa: «¿A quién quieres más, a papá o a mamá?». Cuando, años después, alguien se ha atrevido a lanzarla contra mis hijas en mi presencia, he cortado bruscamente la intentona, diciéndole que me apenaba la mala relación que tendría con sus padres, según se deducía de su curiosidad miserable.

El Amor, el que se viste con mayúscula, no conoce medidas ni comparativas, escapa a los rankings; como un extra de queso en un plato, es una opción voluntaria añadida por puro disfrute. Poco importa que sea materno-filial, entre amigos o místico, el Amor, cuando es cierto, no tiene límite.

Mucho menos un límite temporal. ¿Quién es amigo de alguien a tiempo parcial, mientras dura un Erasmus o unas vacaciones? ¿Hasta cuándo se quiere a los hijos, hasta la mayoría de edad o hasta que se marchan a fundar otra familia? ¿Por qué se dice lo de hasta que la muerte nos separe o se omite fijar un plazo cuando se celebra un matrimonio, igual da religioso que civil? Si algo tienen estos amores en común es que todos nacen con vocación de durar eternamente, de trascender más allá de nuestra finita condición humana.


Por eso –apuntando ya al meollo que deseo tratar– me cuesta trabajo entender a tanto apóstol de eso que llaman “poliamor”.

Las tribunas mediáticas lo exhiben pretendiendo adornarlo con un aura de modernidad, aunque de la poligamia –más o menos legal, más o menos encubierta– ya tuviéramos noticias desde la bruma de los tiempos. Mesalina, Hernán Cortés, César Borgia, Mata Hari o Warren Beatty. Quién no ha oido hablar de sus promiscuos circos amorosos. Lo mismo ocurre con esas sociedades que toleran (aunque ninguna aliente) la poliginia o la poliandria, como actualmente hacen los musulmanes, los mormones o las inuit.

Sin embargo, y para no negarle su cuota de innovación, lo novedoso del poliamor es que se funda en el acuerdo de una pareja (o mejor emplear el plural, varias parejas) para dar cabida a más relaciones sin perder de vista cuál es la principal. La otra aportación es que, en general, el poliamor se emplea como una válvula de escape de naturaleza esencialmente sexual; vamos, como el alivio erótico al ahogo que acarrean las obligaciones cotidianas, las matrimoniales entre ellas.

Ella se enamoró de un bellaco.

Cuando imploré: «Déjale o déjame», me habló de poliamor.

La dejé yo.

Desde el principio supo que el baboso no sería para siempre.

Para siempre era yo.

Aún hoy, ella me sigue buscando.

UNA SERIE DE MICRORRELATOS PALPITANTES (#6)

Poco más puede destilarse de la lectura de sexólogos, celebridades y demás opinadores que pretenden ser influencers de la materia.

Por eso vuelvo al inicio y concluyo que el poliamor solamente es un nombre amable de algo antiguo. Un nombre, además, mentiroso, porque la palabra Amor que contiene está ausente de él; pues el poliamor limita con el corsé que pactan sus dueños; pues es un amor con minúscula, obligado a repartirse entre varios; pues, en fin, tiene sus días contados, hasta que aflore el cansancio o surja otra opción. Llámalo como quieras, pero no Amor.

Gracias por darme tiempo.

Publicado por fpadillach

Mérida, 1963. Desde mi infancia soñé ser escritor, pero pospuse el impulso en favor de proyectos más ‘razonables’. Licenciado en Derecho por la Complutense y con estudios de postgrado en Esade y la Universidad de California, hasta 2018 he trabajado en empresas multinacionales. Ahora escribo. "Tres Sures sin Norte" (2020) fue mi primera novela. “Diva Æterna” (2023) la segunda, pero no la última. También escribo relatos cortos, como “La prestamista de embustes”, ganador del XXXIV Certamen Literario “Joaquín Lobato” del Ayuntamiento de Vélez-Málaga, “Maneki-neko”, finalista del V Premio Internacional Ciudad de Sevilla, o "Josune no camina sola", microrrelato finalista del II Concurso “100 caminos 100 relatos” del Circulo Chileno de Amigos del Camino del de Santiago de Compostela. Padre de dos hijas, extremeño apasionado, viajero curioso, siempre estoy dispuesto a dejarme sorprender.

2 comentarios sobre “¿Me poliquieres?

  1. Vuelves a ese Aquiles que siente la herida de su talón y piensa que se le va la vida.
    Hay tantas formas de amar como personas. Desde la entrega fraternal del misionero hasta la pasión destructiva del sexo desbocado. Por supuesto el poliamor no entra en tu escala y la mía de entrega, pero mucha gente lo vive así. Claro, estando en verdad y no jugando a la mentira alguno de los miembros. En ese caso existe un ventajismo, inaceptable siempre por la persona engañada, sabedora de que ya es un amor donde ella pierde y los otros ganan. Y el amor debe quedar siempre en tablas, debe ser neutral. Digo yo.

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    1. Yo le niego al poliamor la calificación de romántico, porque nace muerto, embustero, diría incluso que perezoso, porque abandonará a las primeras de cambio y siempre, siempre, pugnará por romper ese statu quo aparentemente neutral. ¡Ah! No te preocupes por mi talón, amigo bético. Espolón, más bien.

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