La burbuja política

Soy averso a teorías conspirativas, a explicarme lo que pasa echando mano de una oscura trastienda donde mentes aviesas mueven, a nuestra costa, los hilos de la Historia. Llámame naíf, pero he alcanzado esa certeza a fuerza de frecuentar con personas y convencerme de nuestra —subrayo el posesivo para no exculparme— humana mediocridad, incapaces como somos de urdir nada a plazo más largo que el que dista al plato de lentejas.

Quizás cuando con más fuerza he corroborado mi tesis es acechando a la grey política. Observándola —unas veces de lejos y, otras pocas, de cerca— resulta imposible el sosiego, porque aprecio que hemos dado la presunción de estadista a un manojo de tuits y una foto. Como analogía, es como si entregásemos la administración de nuestra comunidad de vecinos a un tipo ocurrente que nos hemos encontrado en un bar.

Vaya por delante que opino que la política es una ocupación digna, que admiro la vocación por el servicio público. El injustamente denostado Nicolás Maquiavelo, en su lúcido tratado El príncipe (1513), acuñó conceptos que cinco siglos después son incuestionables, como la razón de estado o las virtudes que deben adornar a quien se ocupe de su administración. Gracias a Cicerón, Lincoln o Adenauer, la Historia se ha encargado de ennoblecer a los políticos. Lo mismo que nos ha servido monstruos como Hitler o Stalin para recordarnos sus vilezas.

Pero, volviendo a mi argumento inicial, la estadística la ganan los mediocres, esos que, habiendo obtenido el privilegio de dirigir nuestras naciones, lo han malgastado sacando tajada de ellas o, peor aún, no haciendo nada. La nómina aquí es interminable.

Armados de más debilidades que méritos, ocupan sus escaños y poltronas con la temeridad de un novato y, salvo anomalía (la que excepciona la regla general), se entregan a una sola causa: ser reelegidos.

Natural, ¿no? Pues si cualquiera de nosotros aspira a tener un empleo fijo, ¿por qué un político habría de querer para sí una cosa distinta? También ellos tienen familia, hipoteca, unas vacaciones que pagarse. ¿Por qué conformarse con cuatro años de empleo y renunciar al derecho de ser fijo que nos prometen en cada campaña?

Lo que sostengo es que algo tan humano como el deseo de estabilidad, con el político acarrea un efecto perverso: su afán por perpetuarse acaparándolo todo; el que he llamado la Burbuja política. Colonizan la Administración desplazando a los funcionarios de carrera; los nombran consejeros en empresas —públicas y privadas— de las que poco saben; desdoblan ministerios, parlotean en tertulias, pretenden convencernos de que tienen tiempo para escribir libros o defender tesis doctorales, etcétera.

Tal es su avaricia que “lo político” acaba por invadir cada parcela de nuestras vidas. Raro será el evento —social, empresarial, cultural— del que se ausente un político sin emitir un dictamen que, inmediatamente, tendrá el efecto de atraer el aplauso de sus conmilitones y la condena de sus contrarios. ¡Hasta la elección del representante de España en el Festival de Eurovisión! Todo acaba impregnado del sesgo que nos polariza entre detractores y adeptos.

Volviendo a la analogía de la comunidad de vecinos, es como si el simpático tipo del bar acabara encargándose de arreglar el ascensor, hacernos la compra y llevar a los niños al cole. No él mismo, entiéndeme, sino la tropa que enrolaría de entre sus amigos. ¿Qué ocurriría? Pues que en esa comunidad no se hablaría de otro que no fuera él.


Traicionaría el espíritu de Dame tiempo y te cuento si ahora entrara en detalles partidistas o me abstuviera de concluir. No haré lo uno ni lo otro.

Tan sólo aclararé que esta reflexión me asaltó hace unos días, cuando, en un grupo de WhatsApp al que asisto con cierta pasividad, uno de sus integrantes compartió el enésimo meme político. Lo que me irritó no fue tanto por lo afortunado del meme (era gracioso) o su tendencia, sino por la impunidad con que “lo político”, algo que sólo divide, se coló entre nosotros —subrayo la preposición para destacar el distanciamiento— sin permiso ni disculpas. Reaccioné de dos modos: pidiendo extirpar el tumor y escribiendo esta entrada. Mi modesta forma de pinchar la burbuja.

Gracias por darme tiempo.

Publicado por fpadillach

Mérida, 1963. Desde mi infancia soñé ser escritor, pero pospuse el impulso en favor de proyectos más ‘razonables’. Licenciado en Derecho por la Complutense y con estudios de postgrado en Esade y la Universidad de California, hasta 2018 he trabajado en empresas multinacionales. Ahora escribo. "Tres Sures sin Norte" (2020) fue mi primera novela. “Diva Æterna” (2023) la segunda, pero no la última. También escribo relatos cortos, como “La prestamista de embustes”, ganador del XXXIV Certamen Literario “Joaquín Lobato” del Ayuntamiento de Vélez-Málaga, “Maneki-neko”, finalista del V Premio Internacional Ciudad de Sevilla, o "Josune no camina sola", microrrelato finalista del II Concurso “100 caminos 100 relatos” del Circulo Chileno de Amigos del Camino del de Santiago de Compostela. Padre de dos hijas, extremeño apasionado, viajero curioso, siempre estoy dispuesto a dejarme sorprender.

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