¿Racistamente correcto?

Quiso la casualidad que, hace unos días, viera de nuevo la película de Michael Mann El último mohicano, protagonizada por Daniel Day-Lewis en el papel de Nathaniel, Ojo de halcón y por Madeleine Stowe como Cora Munro. Vaya por delante que, pese al frenético ritmo de sus carreras, recomiendo verla porque su fotografía es espectacular, su banda sonora grandiosa y, además, porque es muy entretenida.

El filme, basado en la novela homónima que el norteamericano James Fenimore Cooper (1789-1851) publicó en 1826, relata las peripecias vividas, allá por 1757, por colonos, soldados e indígenas, durante la llamada guerra franco-india. Además de los dos citados, sus protagonistas son Chinggachgook, padre adoptivo de Ojo de halcón; Uncas, el hijo de aquél; Alice, la hermana de Cora, hijas ambas del Coronel Munro, del ejército británico. Y completando el elenco, Duncan, mayor de los casacas rojas y Magua, un jefe hurón, el vengativo “malo” que toda obra necesita.

La casualidad a que me refería al comienzo se produjo unos días más tarde, cuando cayó en mis manos un artículo titulado El último mohicano: blanqueando la tierra roja, que Rogorn Moradan publicó hace ya más de tres años en Zenda (ver enlace).

El artículo destaca las diferencias entre el texto original de Cooper y el guión de la película. Y estas son, definitivamente, notorias.

Trama y personajes sufren en la película “adaptaciones” respecto de la novela que van más allá de la natural licencia que se toma el artista —el realizador, en este caso— al interpretar un original.

Para empezar, el contexto en que se desarrollan los hechos se “pinta” en la película como una sociedad en que colonos y nativos conviven en idílica armonía. Un paraíso que turban los “invasores” británicos, unos seres vanidosos y ridículos que traen sus guerras desde la decadente Europa. En ese escenario se cruzan ambos mundos: el “adánico” de los colonos e indios que representan Nathaniel y Uncas, y el de los ingleses de la hermanas Munro.

Sorprende ver que, mientras que en la película, Cora y Ojo de halcón viven un romance, nada de eso ocurre en el libro, pues ella sólo se interesa por Uncas. Tan inexistentes son los amoríos, que, al final de la novela, Cora regresa a Inglaterra, mientras que en el filme permanece junto a Nathaniel. Otra alteración de la película —omisión, en este caso— es que pasa por alto que Cora es hija de una mestiza. Detalle para nada desdeñable.

¿Qué lleva a un director de cine a retocar un guión hasta desfigurar un relato tan conocido? El riesgo es elevado, desde luego. Y la razón para jugársela, tratándose de Hollywood, sólo puede ser una: el poderoso caballero, el dinero.

De ahí que ridiculizar a los “invasores” británicos sea un peaje con buena “venta” entre el público norteamericano. Sin embargo, lo que sorprende es el racismo que subyace en esta producción, tan reciente como de 1992, cuando la lucha por los derechos civiles parecía cosa del pasado. Pues, si el guionista creó un happy end que la novela ni insinúa, con el chico y la chica, blancos ambos, mirando a la puesta de sol, la explicación es tan simple como triste: lo blanco “vendía” mejor.

Gracias por darme tiempo.

Publicado por fpadillach

Mérida, 1963. Desde mi infancia soñé ser escritor, pero pospuse el impulso en favor de proyectos más ‘razonables’. Licenciado en Derecho por la Complutense y con estudios de postgrado en Esade y la Universidad de California, hasta 2018 he trabajado en empresas multinacionales. Ahora escribo. "Tres Sures sin Norte" (2020) fue mi primera novela. “Diva Æterna” (2023) la segunda, pero no la última. También escribo relatos cortos, como “La prestamista de embustes”, ganador del XXXIV Certamen Literario “Joaquín Lobato” del Ayuntamiento de Vélez-Málaga, “Maneki-neko”, finalista del V Premio Internacional Ciudad de Sevilla, o "Josune no camina sola", microrrelato finalista del II Concurso “100 caminos 100 relatos” del Circulo Chileno de Amigos del Camino del de Santiago de Compostela. Padre de dos hijas, extremeño apasionado, viajero curioso, siempre estoy dispuesto a dejarme sorprender.

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