Recorro la sinuosa Lambton Quay y me detengo en un callejón a mi derecha, desde donde se me acerca un paseante acompañado de un perro que no para de hacer cabriolas en círculos. Alto y delgado, viste levita oscura, sombrero de copa a juego y una sonrisa abierta, enmarcada por dos espesas patillas; huele a lavanda y habla un inglés de los Midlands, alejado del engolado acento imperial.
Se llama John y su perro Fritz. Cuenta que él estaba aquí cuando el terremoto alejó el mar a más de cien metros del Inconstant, un ballenero varado que transformó en tienda, almacén y sala de subastas, y que todo el mundo conocía como el Arca de Plimmer, su apellido.
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─La tierra se dobló como un papel, se levantó por encima de mi cabeza y retorció edificios hasta hacerlos escombros. Murieron pocos; nueve almas, pero les conocía a todos. Regalé a sus descendientes lo que necesitaron para reconstruir sus vidas sin ellos.
Mirando desde donde estamos parece imposible creer que un mar bordeara la calle que estoy pisando, y cuando pregunto a John qué fue de su barco tras el sismo de 1855, me responde con silencio de estatua de bronce acompañada de un perro que no para de hacer cabriolas en círculos.
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